La práctica psicoterapéutica

REFLEXIONES SOBRE LA PRÁCTICA DE LA  PSICOTERAPIA

 

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Paul, de In Treatment.

 


Hoy  me gustaría compartir una entrada diferente. Un poco menos densa, pero no por ello menos importante. Quiero compartir con vosotros un texto del gran psicoterapeuta Michael Mahoney, en el que realiza una reflexión sobre la práctica psicoterapéutica. 

Me mueven diferentes razones por las que intento hacer accesible a todo el mundo información que, de cierta manera, solo interesaría a profesionales que se dediquen al ámbito psicoterapéutico. Pero una de las más importantes es que la psicoterapia es una profesión, en mi opinión, un tanto desconocida. 

Por este motivo me gustaría acercar la parte más privada de la profesión: la que entraña al propio psicoterapeuta. Personalmente cuando me siento en la silla delante de un cliente, al inicio siempre siento algo de vértigo, de inseguridad. ¿Seré capaz de ayudarle a encontrar su camino? ¿Tendré capacidad para motivarle? ¿Seré capaz de hacerle ver que me preocupo por él? Pero en cuanto comienza la sesión, todas esas dudas se van diluyendo, y toda mi energía, capacidad y atención se focalizan en la persona que tengo delante, con todo su sufrimiento y dolor, pero también esperanza y consuelo.

En este texto que ahora leeréis, Mahoney explicita ciertos consejos, muy útiles, para toda persona que trabaje en esta profesión. Pero, en mi opinión, también es un texto con valor para personas ajenas a la profesión. En el podréis descubrir nuestras inseguridades, nuestras limitaciones, pero también nuestros deseos de ayudar y nuestro máximo compromiso. Espero que lo disfrutéis.

  • Prepárate para cada sesión con una reflexión privada. No importa lo breve que esta sea, siempre que te tomes tiempo para centrarte en la persona que te dispones a recibir.
  • Cultiva el compromiso de ayuda; respeta y rinde tributo al privilegio de la profesión.
  • Aprecia la complejidad e individualidad de cada vida humana que se trata.
  • Acepta el hecho de que el conocimiento es limitado; concédete permiso para no saberlo todo.
  •  Cuanto te pierdas en una sesión y no sepas qué decir o hacer, tómate un momento para centrarte de nuevo en tus intenciones de ayudar.
  •  Confía en las capacidades de tus clientes para sembrar y cosechar con sus propias fuerzas.
  •  En la medida de lo posible, muéstrate emocionalmente presente ante su sufrimiento, siente con ellos.
  •  Reconoce que no puedes quitar el dolor a nadie (aunque a veces es desees hacerlo con todas tus fuerzas).
  •  Si estás asustado por sentimientos intensos (tuyos o suyos), recuerda respirar y, si resulta apropiado, manifestar lo que estás sintiendo.
  •  Ofrece comodidad y estímulo cuando puedas.
  •  Promueve la fe en las posibilidades y proceso de desarrollo personal.
  •  En la danza dinámica de un cliente en proceso, aprender a guiar y a ser guiado.
  •  Siempre que sea posible, permite que sea el cliente el que haga la mayor parte del trabajo.
  •  Respeta el ritmo del cliente y estimula su propia decisión, especialmente en el  proceso de partir.
  •  Cultiva tu fe en ti mismo como persona y en el valor de tu servicio profesional.
  •  Se atento contigo mismo; y paciente con tu propio proceso.
  •  Establece un ritmo; respecta tus límites y aléjate cuando lo necesites.
  •  Establece rutinas de auto-cuidadados significativas (mímate, cuídate).
  •  Protege tu vida privada.
  •  Valora tus amistades.
  •  Descansa, juega (repite a menudo).
  •  Estate dispuesto a pedir y aceptar la comodidad, ayuda y consejo.
  • Mantén la fe (como quiera que la vivas) y compártela cuando puedas.

La primera sesión en psicoterapia

La primera sesión

 

 

El sol entre las ramas

El sol entre las ramas

 

 Si te encuentras barajando la posibilidad de ir a terapia, o si ya lo has decidido, el hecho de visualizarte en la primera sesión seguramente te provoque ciertas emociones negativas: quizás miedo o temor, incertidumbre por lo que te vas a encontrar, pudor o vergüenza.
Podría nombrar muchas más, porque cada uno de nosotros tenemos nuestras gafas de caminar por la vida y albergamos en nuestra cabeza un sinfín de creencias, expectativas, etiquetas y autocríticas. En definitiva, cada uno tenemos nuestra propia idea de cómo deben ser las cosas.
Por este motivo en este post quiero profundizar sobre lo que supone la primera sesión, intentando abordarla desde los dos lados, gracias a mi propia experiencia como psicóloga y como paciente.

En mi caso, primero fui paciente y luego terapeuta, el que, en mi opinión, es el orden más lógico.
Como paciente, tengo un recuerdo muy vívido de los primeros pasos que me llevaron a la consulta de mi psicóloga. Desde el momento en el que decidí coger el teléfono y pedir cita hasta el instante en el que por fin me encontré sentada en la silla de la consulta, se sucedieron un montón de pensamientos y emociones.
Cuando ya tienes una fecha para esa primera sesión, las dudas sobre si debes ir o no a la consulta de un psicólogo ya se han desvanecido, ahora en tu cabeza sólo te imaginas cómo será la dinámica de esa primera cita. Te puedes imaginar que puede haber similitudes con la consulta con un médico, pero sabes que probablemente sean situaciones muy diferentes.
Lo más probable es que antes de la primera sesión dediques muchas horas a repasar todo lo que ha pasado en tu vida que crees que te ha empujado a necesitar ayuda psicoterapéutica. Creo que eso lo hacemos todos. En mi caso, dediqué horas y varios folios a detallar los acontecimientos de mi vida que consideraba me habían convertido en una persona ansiosa. Empecé a pensar en todos esos acontecimientos, a relacionarlos con pensamientos y sentimientos, hasta llegar al presente. Dónde enmarqué el problema y busqué mi objetivo terapéutico (dejar de ser ansiosa. Ejemplo claro de objetivo muy general y poco específico, del tipo: ser feliz). Dentro de ese “discurso” siempre hay una parte que te guardas en la recámara. A esto yo le llamo “los secretillos”; es decir, son la parte que más te avergüenza de ti, los pensamientos que consideras más “oscuros” y que en función de cómo te encuentres en la psicoterapia y de la confianza que sientas decides contar.
Antes de la primera sesión crees que debes tener muy claro todo lo que consideras relevante en tu vida, cómo ha pasado, qué sentiste. Todos los detalles, para que puedas soltarlo sobre la mesa como si de tus memorias se tratase. Esta es otra actitud totalmente normal, porque sentimos la necesidad de expresar con pelos y señales lo que nos pasa para maximizar que el terapeuta nos entienda y entienda nuestra situación.
Personalmente recuerdo que momentos antes de cruzar el umbral de la consulta sentía cierta mezcla de emociones; Por un lado el nerviosismo típico del momento “voy a hacer algo que nunca antes había hecho”. También sentía cierto miedo fruto de la incertidumbre. Pero también me sentía un poco emocionada por ser capaz de dar el primer paso hacia mi bienestar. En esos momentos te pasan mil preguntas por la cabeza: ¿conseguiré hablar sin llorar todo el tiempo?, ¿seré capaz de explicar lo que me ocurre?, ¿me entenderá?, ¿estaré cómoda o querré salir huyendo?, ¿me gustará cómo es?, ¿podrá ayudarme?, ¿qué pensará de mí?

 Déjame decirte querido lector, que en el mismo momento en el que te sientas en la silla de la consulta de tu psicólog@, todos esas preguntas e inseguridades desaparecen o, como mínimo, pasan a un segundo plano. Porque enseguida el profesional que tienes delante te explica pequeños detalles que te hacen sentirte más seguro, sin dejar nunca de sonreírte, de mirarte y de hacerte sentir como en casa.

¿Qué ocurre en esta primera sesión? (ahora hablo como profesional).

 

En la primera sesión, tanto psicólogo como cliente nos presentamos. Piensa que yo soy tan desconocida para ti como tú lo eres para mí, partimos los dos de cero. Normalmente cuando una persona viene a consulta ya suele conocer, obviamente, mi nombre y yo el de él/ella. Aún teniendo en cuenta eso, normalmente me presento: “Hola, soy Goretti, y tú eres Marta, ¿verdad?” Rara es la vez que no lo hago.
Hechas las presentaciones, explico ciertos aspectos que considero importantes (yo le llamo la parte burocrática). En terapia a esto le llamamos marcas de contexto. Explico un poco qué es la ley orgánica de protección de datos, y sobre todo qué supone para ti: “todo lo que hablemos permanecerá dentro de estas cuatro paredes, es totalmente confidencial”. Aunque ya lo supones, o lo presupones, oírlo del profesional siempre te hace rebajar un poco tu nivel de nerviosismo. No es mi caso en este momento, pero si trabajamos en equipo, con espejo o con otras particularidades, es el momento de decirlo.
Dicho esto, empieza la parte más similar a la consulta médica: la recogida de datos personales. Simplemente consiste en pedirte unos pocos datos, los típicos: nombre y apellidos, nacimiento, datos contacto, estudios, trabajo actual, hermanos, con quién vives, etc.…Nada que no te pregunten hasta cuando te abres una cuenta en gmail. A medida que voy cubriendo esos datos, empiezo a percibir las ganas y necesidad de la persona que tengo delante por contarme por qué está aquí. En ese momento es cuando los terapeutas decimos: ¿en qué puedo ayudarte, Marta? (inserta ahí tu nombre).
En ese momento recapitulas todo lo que has pensado días atrás y empiezas a contar “tu historia”. Probablemente no consigas hacer el discurso como lo tenías pensado y ensayado, no te preocupes, no pasa nada. Lo importante es que empieces a hablar de lo que te ha traído a la consulta. Da igual si eres hablador y expresas con todo lujo de detalles lo que te ocurre, o si eres, en cambio, más bien parco en palabras. Los profesionales tenemos herramientas para intervenir en ambas situaciones. En la primera sesión solemos ser un poco preguntones, porque necesitamos clarificar cosas del tipo: ¿qué haces cuándo te sientes mal?, ¿qué haces cuando te sientes bien?, ¿qué has intentando hacer para solucionar el problema?, y un sinfín de preguntas similares.
Es importante que tengas una cosa presente, y que probablemente ya estés sintiendo cuando estés delante de tu psicólogo. Un profesional te escuchará siempre desde la empatía, nunca juzgará ni emitirá valoraciones morales sobre lo que estás contando. Da igual si cuentas la cosa más humillante, vergonzosa, o incluso escalofriante del mundo. No estamos para eso, por eso puedes sentirte con la libertad de contar lo que sea. Cuando lo haces sientes una sensación increíblemente liberadora.
Tras contar tu historia e integrarla por nuestra parte, te explicamos un poco cual es el “problema” y te contamos qué vamos a hacer. A mí en este momento me gusta explicar detalles instrumentales de la terapia: frecuencia media de las sesiones, tu papel entre sesiones, el precio; en resumen, la metodología de trabajo.

Con eso llegamos al final de la primera sesión. Da igual si has hablado acontecimientos que te han revuelto las entrañas; el hecho de sacártelo de la cabeza y de contárselo a un profesional que está preparado personal y profesionalmente para escucharte y para guiarte, te provoca una sentimiento de bienestar. La sensación que sientes cuando cruzas el umbral de la salida es, desde mi experiencia como paciente, pacificadora.

¿Te animas a contarnos tu primera sesión?