Confesiones: soy una simple psicóloga.

Confesiones: soy una simple psicóloga.

 

Hola, me llamo Goretti y estoy sufriendo un bloqueo blogil.

 

Soy como Peggy en esta foto:, miro al vacío tratando de buscar inspiración...pero nada.

Soy como Peggy en esta foto: miro al vacío, tratando de buscar inspiración…pero nada.

 

    Hace ya un tiempo (cuando digo tiempo quiero decir meses) que no publico ningún post nuevo.  Lo cierto es que he estado ocupada con la consulta, proyectos, el verano, vivir… Para ser sinceros, en realidad estoy teniendo una época de “sequía blogil”. No se me ocurre de qué escribir, lo que se me ocurre no lo considero lo suficientemente bueno y lo cierto es que escribir (entendido como el acto de ordenar mis ideas, estructurarlas y darles narrativa) me cuesta infinitamente. Es decir, adoro escribir (como ya revelé enseñándote mis diarios), pero a ese nivel: personal, sólo para mí. Pero escribir para  las miles de personas que me leen (ejem), está a otro nivel y me resulta, como decirlo, complicado. Complicado porque requiere  que cuide mucho qué digo y cómo lo digo.  Y a un nivel más práctico, considero que no tengo demasiada facilidad para escribir cosas que puedan resultar vistosas y atractivas a tus ojos.

Lo cierto es que cada día que pasa sin escribir un post nuevo lo siento como una condena. A ver, estoy exagerando, vale. Sigo viviendo tan ricamente.  Pero lo que sí tengo claro es que cuanto más tiempo transcurre  más me alejo de conseguirlo. ¿Te suena esto, verdad? Y cuánto más me cuesta, peor me siento, y más culpa añado a la mochila que llevo en mi espalda. Y como la mochila está ya a punto de romperse,  he decido vaciarla. ¿Cuál  considero es la mejor manera de vaciarla? Aireando mi propio  “bloqueo blogil”, intentando aceptarlo y contándote qué intento hacer para superarlo.

Me voy a lanzar y a confesarte una debilidad que me acompaña desde que recuerdo y que probablemente sea una de las razones por las que no escriba tantos posts como me gustaría: soy muy  exigente conmigo misma. Demasiado perfeccionista. Dudo siempre de si lo que hago está lo suficientemente bien hecho.  Traducido al plano laboral, esto me convierte en una profesional “desconfiada”. ¿Qué trato de decir? Pues que siempre estoy en continuo movimiento, tratando de ser mejor psicóloga. Esta exigencia me impulsa a realizar un trabajo fuera de la consulta importante. Es decir, que me consume mucho tiempo y recursos. Esta auto exigencia provoca que en no pocas ocasiones dedique horas de mi tiempo a investigar “que hay de nuevo en la psicología”, como denomino yo al momento en el que me siento delante del ordenador a empaparme de revistas de psicología, artículos académicos, de opinión, etc. Es decir, que intento, constantemente, estar actualizada.

Esta situación, he de confesar, en no pocas ocasiones provoca que me estrese de manera considerable.  En un mundo infinito, como es internet, plagado de información sin filtro, de miles de páginas en las que cada uno explica y defiende su estilo y sus técnicas, uno puede llegar a tener la sensación de que no sabe nada de nada, y de que es un auténtico fraude.  ¡Oh, dios, es terrible!

Cuando esto me pasa, comienzo a cerrar ventanas, me bajo del carro de la multi-información, pongo los pies  literalmente en la tierra, dejo que ésta soporte mi peso y me digo: ¡a ver, es que soy una simple psicóloga! Algo tan simple, pero a la vez tan simbólico, me ayuda a centrarme y a no enredarme en la ansiedad y la frustración. Porque lo único que consigo es cuestionarme a mi misma y a mi trabajo.

El mundo digital es maravilloso, y me confieso adicta e incapaz de vivir sin él. Pero lo cierto es que también puede crear confusión e desinformación.  Te lo explico más detalladamente: yo nací en los 80´s, y me defino como “analodigital”, es decir, parte de mi vida la viví sin Internet, pero un buen día, a finales de los 90´s irrumpió en mi vida. Cuando estudié la carrera, todavía no teníamos los ahora imprescindibles Smartphone, y ni siquiera podíamos permitirnos tener internet en el piso que compartía con otros estudiantes.

Por lo tanto, la información que recibía y asimilaba era la que me proporcionaba  la facultad y los libros (y si nos remontamos a tiempo atrás, ¡¡las enciclopedias!!)

 ¿Qué haces  hoy en día para buscar información cuando la necesitas? Pues simplemente abres Google y tecleas. Yo le llamo Doctor google (¡hola, hipocondría!). El problema es que las páginas que aparecen como referentes para resolver tus dudas no han sido filtradas (más allá del SEO), es decir, que si yo escribo un artículo sobre cómo  hacer de manera adecuada sentadillas y lo posiciono correctamente a través del SEO posiblemente llegues a él si estás buscando esa información. Pero, ¿soy yo la persona adecuada para enseñarte cómo hacer sentadillas? Obviamente no, porque soy una ignorante absoluta de este tema.

Ahí voy, porque cuando tú buscas información sobre algo en libros, o revistas especializadas, tienes la garantía de que esa información ha sido filtrada, trabajada y validada. Pero, en el ciberespacio todo esto resulta más complicado.

 

¿Qué he estado haciendo para intentar curar mi bloqueo?

Durante mi sequía bloggil y como modo de encontrar cierta iluminación, me dediqué a ver blogs, blogs y más blogs relacionados con la salud/bienestar psicológico. Te puedo asegurar que he visto montones, tanto en inglés como en español. Lejos de curar mi sequía, creo que la he agravado,  porque estoy tremendamente horrorizada de lo que he visto. A ver, matizo, hay blogs muy serios de profesionales que intentan ayudarte a que consigas solucionar problemas por los que estés pasando. Genial, vamos. Pero la inmensa mayoría son blogs de personas no cualificadas (pero nada, nada cualificadas), que han pasado por situaciones personales (crisis personales, duelos, rupturas de pareja, despidos laborales) las cuales superaron  y que han visto negocio en ello. Entonces se dedican a vender esos servicios a través de la red.

Pero, tengo que confesar que antes de llegar al momento horrorizarme, pasé por un periodo de envidia pura y dura. Sí lo, admito. Me sentí un poco pequeña en la blogosfera.  Todas esas páginas tan bien diseñadas, en las que la gente aparece increíblemente feliz, con ese aire de superación en la cara. Dispuestos ahora a ayudarte a ti que superes ese miedo, ese no sé qué que te impide avanzar. Sentí que no estaba siguiendo el camino correcto, porque admito abiertamente que desconozco que es el tapping, el  briefing, no sé constelar, y,  lo siento, pero no soy capaz de arreglar tus problemas en dos días y jamás te voy a decir que tienes que hacer esto o lo otro para ser feliz.

Tras superar esa secuencia de envidia-horror, volvía  a la tierra. Al mundo real, tangible, con sus sonidos, sus olores y sensaciones. Volví al “soy una simple psicóloga”, a interiorizarlo, asimilarlo y a intentar conseguir que sea suficiente para mí. Concluí que mi trabajo es la psicoterapia, y a su vez es mi herramienta de trabajo. No tengo recetas mágicas, no sé qué necesitas sin casi hablar contigo, no tengo el decálogo de soluciones en función de si quieres cambiar tu vida, dejar tu trabajo o irte a vivir a la India.

 

Un poco de luz: qué quiero que sea mi blog

Todas  estas visitas a blogs y todos esos sentimientos y pensamientos encontrados  que me ha generado, no ha sido en balde. De todo se aprende, hasta de mi bloqueo virtual.  Porque en realidad me han ayudado a tener claro lo que NO quiero que sea mi blog, y en consecuencia lo que yo no quiero ser como profesional:

  -Un dispensario de recetas para solucionar tus problemas. Dónde escoges la receta a si quieres dejar tu trabajo, o coges la receta b si quieres dejar de sentir ansiedad.

– Un lugar en el que yo me muestre como la única persona, y más preparada para solucionar tu problema.      

 – Un lugar en el que valido fórmulas que me auto invento para solucionar tus problemas.

– Un lugar en el que mi experiencia personal sea el único camino que guíe tu propio camino.

– Un lugar en el que muestre técnicas que no están aprobadas como terapéuticas, y que las vende como la panacea para resolver tus problemas.

 

Lo que sí quiero  que mi blog transmita es mi reflejo como profesional y como persona. Como psicólogo mi trabajo se basa en ayudarte a encontrar tus propias soluciones, que son las que valen. Las que tú tienes en la recámara y ya has aplicado antes, o las que crees que serán buenas soluciones pero aún no te has atrevido a llevar a cabo. Y si no encajas en ninguna de esas dos, te ayudo a que te inventes soluciones nuevas,  que se acoplen a ti perfectamente (como si de un traje a medida se tratase).

Como profesional te garantizo que siempre trataré tus problemas con el mayor de los respectos, por lo tanto siempre bucearé en mi formación como psicóloga para encontrar el recurso adecuado para ti, y si eso no es suficiente, buscaré más recursos en libros, artículos o en supervisores.

Como persona quiero que mi blog refleje mi  autenticidad, honestidad y humildad. Mi capacidad de reír y de buscar el lado bueno de las cosas menos buenas. Mi prudencia y mi capacidad de ser paciente. Mi deseo, honesto y sincero, de acompañarte y de empoderarte para que seas lo que deseas.

 

Desconozco si este post va a suponer el fin de mi bloqueo, lo que sí sé es que me ha ayudado a redefenir qué tipo de profesional y persona quiero ser.

¡Feliz semana a tod@s!

 

 

Escucha activa

 

APRENDER  A ESCUCHAR

 

 

Para aprender a escuchar no necesitamos inventarnos artilugios, es mucho más fácil.

Para aprender a escuchar no necesitamos inventarnos curiosos artilugios, es mucho más sencillo.

 

De pequeña yo era una niña peculiar (cuando digo peculiar me refiero a rara). Mi mente maduraba más rápido de lo que mi edad cronológica necesitaba. Eso me convirtió, demasiado pronto, en una pequeña niña-adulta. Por ejemplo, en no pocas ocasiones mientras otros niños dedicaban todo su tiempo libre a jugar, yo jugaba un rato y luego observaba a los adultos.

Siempre me interesó observar cómo las personas mayores se comunicaban.  Recuerdo que una de las situaciones que me sorprendía es la siguiente: conversación entre dos personas, más  o menos la típica charla entre vecinas de edificio. Uno de los interlocutores (cuando no los dos) no escuchaba absolutamente NADA de lo que el otro le estaba narrando. Obviamente yo no estaba en su cabeza, por lo que no podía saber si realmente estaba escuchando o no, pero lo cierto y lo que al final  importa, es que yo no percibía ninguna señal que indicara que lo estaba haciendo. Más bien todo lo contrario.

Percibía impaciencia para que la persona con la que estaba compartiendo diálogo terminase ya su historia para poder contar con pelos y señales lo que quería decir. Percibía escasas señales no verbales de muestra de interés sobre lo que el otro le estaba contando. Entonces yo siempre me fijaba en el que creía el “perdedor de la conversación” (es decir, el menos escuchado) y sentía cierta compasión por él, porque todo lo que le había confesado a su interlocutor se perdería completamente por el espacio.  Y me parecía tan, tan triste.

Como sociedad algo ha fallado y creo que no hemos interiorizado la diferencia entre oír y escuchar.   A lo largo del día oímos un montón de sonidos, de conversaciones, de ruidos, de música. Pero, ¿y escuchar? Cuando el sol se pone probablemente seamos conscientes de que hemos escuchado bastante menos. ¿Qué me dijo mi compañero de trabajo sobre sus vacaciones, algo de Paris? ¿Qué me comentó mi mujer que tenía que comprar en el supermercado?  De hecho existe evidencia que afirma que sólo recordamos entre un 10-25% de lo que nos cuentan otras personas.

Lo más probable es que te resulten familiares estas escenas. En la mayoría de ellas seguramente estuvieras oyendo, pero no escuchando.  A esto yo le llamo: “estar de cuerpo presente y de mente ausente”. Cuando oímos no prestamos atención profunda, sino que simplemente captamos la sucesión de sonidos que se producen a nuestro alrededor.  

Por el contrario escuchar implica dirigir toda nuestra atención a un mensaje concreto, es decir, intencionalmente enfocamos todos nuestros sentidos a lo que estamos recibiendo. Escuchar es intencional. ¿Qué quiere decir eso? Que podemos provocarla, que depende de nosotros.

Aprender a escuchar requiere cierta habilidad, paciencia y respeto. Características con las que todos contamos, por lo que todos nosotros tenemos la capacidad de aprender a escuchar activamente.  ¿Te animas a intentarlo? Si tienes dudas porque crees que eres una persona dispersa, a la que le cuesta focalizar la atención prueba a hacer lo siguiente: ponte a escuchar, usando unos auriculares,  una canción que te guste. Escoge un lugar y momento tranquilo.  Concéntrate en la canción en todo su conjunto, para posteriormente fijarte en detalles: escucha el bajo, la batería, eso xilófono que suena a veces, la voz del cantante, la letra…Pon todos tus sentidos en esa canción.  Cuando finalice habrás descubierto miles de detalles de la canción que hasta ahora habías ignorado porque simplemente oías, pero no escuchabas.

Dicho esto, ¿qué te parece si hablamos de cómo podemos mejorar nuestra escucha? Ahí van una serie de puntos a tener en cuenta para trabajarla:

 

  • Lo primero y lo más importante es estar presente. Es obvio que cuando participas en una conversación estás ahí, ¿pero también lo estás mentalmente? Estar presente durante una conversación, si no estás acostumbrado, resulta complicado. Una parte del tiempo de charla probablemente te dejes llevar por preocupaciones que rondan en tu cabeza, por distracciones… Cuando seas consciente de que te estás yendo, lo mejor es que vuelvas a tomar contacto con la situación. Trata de fijarte en la persona con la que estás hablado, toma nota de cómo mueve las manos cuando habla, de cómo es su tono de voz, de la expresión de sus ojos. Es decir, se trata de volver a conectarte con el momento que estás viviendo.
  • Algo que nos ocurre frecuentemente es que estamos más pendientes de nuestra réplica, de lo que vamos a contar, que en escuchar lo que nuestro interlocutor nos está diciendo. En cuanto intuimos que el otro está finalizando su discurso, ¡zas, nos lanzamos! A esta situación la denomino el partido de tenis. Porque se trata de lanzar el mensaje que queremos sin tener en cuenta lo que acabamos de escuchar por parte de nuestro interlocutor. Sé que todos tenemos la necesidad de contar lo que nos preocupa, pero tranquilo, tendrás tiempo para hacerlo.
  •  Esto último me lleva al “diálogo de réplicas”. Para que lo entiendas, esto es muy parecido a lo que ocurre entre los diputados en la sesiones del parlamento. ¿Me explico? En estas situaciones la conversación se convierte en una sarta de reprimendas y enfados. En la que hablamos solo sobre cómo nos sentimos/lo que nos pasa/ sobre lo que creemos que está bien o mal, sin tener para nada en cuenta lo que dice nuestro interlocutor. Y si escuchamos, es solo para captar pequeñas cosas que usaremos en su contra.
  • En no pocas ocasiones lo que de verdad nos demandan las personas es simplemente escuchar. ¿No os ha pasado que en alguna situación simplemente necesitaseis ser escuchados de forma auténtica, y lo único que recibís de la persona que tenéis delante es consejos o historias personales que cree son semejantes a lo que te está pasando? (aquí entra en juego el clásico: ay sí, a mi madre le ocurrió lo mismo (cuando no tiene nada ver) y lo pasó mal. Lo que tienes que hacer es esto y lo otro). Lo que querías era que simplemente te escuchasen, que validasen tu sufrimiento, tus necesidades, y no una sarta de consejos que no has pedido. En este tipo de situaciones lo mejor es escuchar y mostrar empatía, dar a conocer a la otra persona que tratamos de entender lo que le pasa. Se trata de demostrar que estamos ahí. Para dar consejos, ya tendremos tiempo más adelante.
  • Otro punto importante es el cuidado del lenguaje no verbal, que en no pocas ocasiones nos delata cuando no estamos escuchando. Se trata de que intentes escuchar también con el cuerpo, y que la persona que está hablando lo perciba.

 

La próxima ocasión en la que mantengas una conversación tranquila con otra persona, te invito a que trates de poner en práctica los puntos de los hemos hablado. Simplemente como si se tratase de un pequeño experimento. Comprueba cómo te estás sientendo mientras escuchas conscientemente.

 Lo más probable es que sientas satisfacción por conseguir dejar a un lado tu necesidad de hablar y sobre todo, por permitir que las vivencias que te narra la persona con la que estás compartiendo este momento, se queden en ti, integrándolos y aprendiendo de ellas, en lugar de dejar que se pierdan en la nada.

Recuerda una frase, para que haya una comunicación efectiva debe darse necesariamente una escucha efectiva y activa, así conseguiremos comunicarnos de manera auténtica, y eso amigos, es un placer inmenso.

La importancia de ser amable

 Sé amable y no mires a quién.

 

images

 

 

       De un tiempo a esta parte tengo la sensación de que las nuevas tecnologías, y en resumen la vida moderna, se han comido nuestra capacidad de ser amables. ¿En qué me baso para decirlo? Pues, simplificando un poco, en que no dejo de ver en la pantalla de mi móvil emoticonos de besos, sonrisas y más muestras de cariño que, en la vida real, es decir la palpable, no existen. No dejamos de darle a me gusta en publicaciones de amigos sobre el rico (o suponemos que rico) bizcocho que han hecho, pero en cambio, no somos capaces de decirles, en vivo y directo, qué bonito corte de pelo tienen.
Es decir, creo que la amabilidad virtual ha sustituido a la amabilidad real. ¿Por qué? No lo sé. Pero me preocupa, la verdad, porque no sé si a vosotros os pasa, pero pese a ser una gran amante de la vida virtual sigo necesitando como agua de mayo de la vida real, con sus micro-contactos diarios.

Os pongo un ejemplo, a mi me encanta pasear por la calle, tranquilamente sin una dirección fija (es decir, pasear a secas) y mirar a las diferentes personas con las que me cruzo. Será defecto profesional, pero suelo fijarme en sus caras, en su expresión y en alguna ocasión teorizo sobre cómo se sienten. A veces incluso, si se da el típico momento en el que las miradas se cruzan, sonrío casi como un acto reflejo. Pues, últimamente, no dejo de encontrarme a personas que caminan totalmente encerradas en su mundo, como si llevaran el GPS clavado en la mirada. Caminan rápido, van esquivando a las personas que se encuentran y sus miradas son impasibles. Eso cuando consigo entrever sus ojos, porque en muchas ocasiones caminan totalmente enfrascados en sus teléfonos móviles y no ven a ninguna de las personas con las que se cruzan.

 

Si algo puede definir el momento actual que vivimos es la inmediatez. Internet ha conseguido que podamos acceder a miles de contenidos en menos de un segundo, por lo que queremos todo para ayer. Eso provoca que en ocasiones ser amable sea interpretado más como un obstáculo que como un beneficio. Ser amable puede ser visto como un gesto de sumisión y debilidad. Pero hay algo que la era digital no puede cambiar, y es que somos seres humanos y por tanto somos esencialmente sociales. La amabilidad está “encriptada” en nuestro código genético. Antiguamente, cuando las condiciones de vida eran mucho más extremas que las actuales, la mejor opción para sobrevivir era la colaboración entre todos. Cuánto más unida se encontraba una comunidad, mayor era su probabilidad de afrontar los problemas que pudieran surgir.

Fíjate la importancia que, consciente o inconscientemente, le damos a ser amables que probablemente esta escena te resulta familiar: estás comiendo con tu pareja mientras comentáis los avatares del día. Él te cuenta que ha ido al ayuntamiento a resolver unos asuntos y, al margen de si los ha resuelto o no, resalta que el funcionario que le atendió fue sumamente desagradable, soltando palabras a precio de diamantes. Te cuenta todo esto sumamente indignado, resaltado la poca decencia como persona del funcionario. 

Si fuese al contrario, y el funcionario hubiera sido amable, te habría contado que resolvió las gestiones sin problema y que todo está solucionado.
Ser amable va más allá de ser educado, políticamente correcto o cortés. Siendo amable con los demás estás mostrando respecto hacia el otro, colaboración e interés real libre de prejuicios. Esta actitud reporta consecuencias infinitamente positivas tanto para ti como para las demás personas. Y no me lo estoy inventando, hay estudios (ya ves que realmente la ciencia estudia TODO) que han determinado que ser amable nos permite vivir más tiempo, más saludables y más atractivos a ojos ajenos ( aquí te dejo la noticia para que lo compruebes).

 

Pero, ¿de qué hablo cuando te sugiero que seas amable?

 

No pienses solo en grandes gestas, ni mucho menos. Tampoco se trata de que seas la típica persona extremadamente educada, que constantemente te pide todo por favor y te da las gracias mil millones de veces. Piensa que los extremos suelen resultar negativos (aunque he de decir que prefiero una persona extremadamente amable que una extremadamente no-amable).
Para ayudarte a pensar en cómo ser amable te propongo que piensas en una cosa. Quizás, lo más probable es que tu, o tus padres tengan una aldea. Esto es muy típico de Galicia, un pueblo en el que tus padres han crecido y del que se marcharon, pero que seguramente aún viva en ella algún familiar. Pues piensa en cómo se tratan los vecino en tu aldea. Si te cuesta hacerlo te cuento cómo es la vida en la mía. En mi aldea las personas se saludan siempre que se ven, con un: “¿buenos días/tardes, cómo te va hoy?” Y la otra persona responde resumiendo, en pocas palabras, cómo está su vida en ese momento. La gente en mi aldea se presta continuamente cosas. En ocasiones antes de que tú te des cuenta de que necesitas pedir prestado algo, la otra persona ya te aparece con lo que precisas en la puerta de tu casa.
La gente en mi aldea da, altruistamente y sin esperar nada a cambio, todo tipo de cosas a sus vecinos. Y no solo cosas, también se regala tiempo, ayudándose unos a otros a realizar diversos trabajos en los que se necesitan más de un par de manos.
En mi aldea, si algún vecino vive solo o está atravesando un mal momento, siempre hay alguna persona dispuesta a visitarle casi todos los días, prestando su ayuda y apoyo con el simple hecho de estar ahí para ese vecino.
Probablemente, el cuidarse unos a otros de esa manera ha hecho posible que no pocas personas puedan seguir viviendo en aldeas alejadas de núcleos urbanos.

 

¿Entiendes ahora a lo que me refiero cuando hablo de la necesidad de ser amables? Va más allá de dar los buenos días al conductor del autobús cuando subes en él; más allá de evitar chequear tu whatsapp cuando estás tomando un café con un amigo; más allá de darle las gracias a la cajera del super que te cobró y embolsó la compra. El problema es que ni siquiera estas últimas facetas de la amabilidad están muy presentes hoy en día. Por lo que, a lo mejor, es necesario empezar por lo más básico.

 

Si crees que normalmente eres relativamente amable, pero que no dejas de encontrarte con personas desagradables que están mermando tus ganas de ser amables (razón que no pocas personas escudriñan para excusar su no-amabilidad), piensa que, si devuelves hostilidad a alguien que te habla con hostilidad, esta hostilidad se multiplicará. En cambio si devuelves amabilidad a alguien que está siendo hostil, lo más probable es que la otra persona rebaje su nivel de amargura. Un ejemplo: en el banco me suelen ocurrir este tipo de situaciones. Entiendo que trabajar de cara al público en un sector así puede producir bastante burnout. Mi táctica cuando me encuentro con un banquero antipático, consiste en ser super amable. Rozando el extremo que antes comentaba. Normalmente el banquero reacciona rebajando su nivel de antipatía. Si yo hiciese lo contrario, probablemente nos enfrascaríamos en una escalada que no tendría fin. Y los dos acabaríamos el día totalmente amargados y con unas arrugas muy profundas en el entrecejo.

 

En mi opinión ser amables es tan importante como para convertirse en la base en la que se apoya nuestra vida comunitaria. Nos permite reducir la distancia emocional entre las personas y ampliar nuestro campo de visión.  No debemos, jamás, perder la visión comunitaria de nuestra sociedad, la cual está formada por todos nosotros y por nuestras actitudes. Es esenial, desde mi punto de vista, volver a a los orígenes, a volver a mirar a los ojos a las personas que te cruces, a tocarle el brazo a la persona con la que hablas, a agarrar la puerta cuando alguien viene detrás de ti… ¿Qué te parece si, por lo menos una vez al día, intentas ser amable con otra persona?

La escritura como hábito terapéutico.

  La escritura como hábito terapéutico:

escribe para sentirte mejor.

20150119_130038

Foto real de mi primer diario. Un poco más abajo hablo de él.

 

      Cuando le comento a alguien que escribo desde hace años lo primero que me suelen responder es que les sorprende mi deseo oculto y no satisfecho de ser escritora. Nada más lejos de la realidad, contesto. Nunca quise escribir para que los demás lo leyeran, así como nunca he tenido especial talento para hacerlo. Ni tampoco lo he trabajado, porque en esencia mi deseo oculto y no satisfecho no es dedicarme a escribir. Por eso me suele hacer gracia ese comentario sobre mi hábito de escribir.
Realmente puedo fijar un momento concreto en el calendario de cuando sentí la necesidad de escribir. En mi primera comunión (sí, todos tenemos un pasado) alguien me regaló un diario. Ya sabéis, el típico diario cursi, con hojas de colores y perfumadas, que viene con un candado que se cierra con una pequeña llave para proteger tu maravillosa privacidad (puedes verlo en la foto del encabezado). Durante un tiempo lo mantuve guardado en su cajita, esperando que algún día supiese qué tenía que escribir en él. Cuando me lo regalaron creí que sólo lo podía utilizar cuando me pasasen aventuras interesantes dignas de contar (por aquel entonces era una forofa de los libros de “Los cinco”).
Pero un día, a los 11 años, sentí la necesidad de escribir qué me estaba pasando y cómo me estaba sintiendo. Me cansé de esperar a vivir grandes aventuras que mereciesen ser narradas. Simplemente cogí mi diario, un bolígrafo y escribí qué me pasó ese día y cómo me sentía al respecto.

Ahora lo leo, cuando han pasado casi 20 años y siento cierto pudor y vergüenza. Ya os podéis imaginar sobre qué puede escribir una niña de 11 años. Los temas estrella son el cole y sus vivencias, mis padres no me entienden y como no, el amor idealizado. Que en la pre-adolescencia es un tema de vital importancia. Pero también siento amor y ternura hacia la pequeña Goretti y unas ganas tremendas de consolarla y decirle que todo saldrá bien.

Releyendo este primer diario descubro que realmente no comencé a escribir con la intención de dejar constancia de lo que me ocurría, sino como desahogo emocional.
Desde ese momento no he dejado de escribir, ya sea en libretas, hojas sueltas o tecleando en el ordenador cuando nos encontrábamos a punto de cambiar de siglo. Cierto es que la frecuencia de la escritura ha estado siempre directamente relacionada con mi estado psicológico: siempre he escrito más en momentos difíciles en los que me sentí mal. Es lógico e incluso lo saludable.

Nunca escribí con la intención de dejar constancia de lo que me estaba ocurriendo, como si de una foto se tratase, ni tampoco he escrito con la intención de convertirme en un Nick Cave. Simplemente llevo años escribiendo para darle palabras a lo que estoy sintiendo.
Personalmente, les recomiendo a no pocos de mis clientes (no a todos) que se hagan con un cuaderno bonito y de tamaño manejable, y que escriban. Muchos me preguntan: ¿pero qué tengo que escribir? Les contesto: olvídate del tengo, solo escribe lo que te pase por la cabeza, sin más.
Cuando todavía no has iniciado el hábito de escribir, mi impresión es que lo mejor es empezar escribiendo cualquier cosa que te ronde por la cabeza, a modo de desahogo emocional. Es increíble la liberación de tensión que experimentas cuando sacas de una vez por todas lo que qué te atormenta y lo escribes en un papel. Sobre todo cuando son pensamientos que no verbalizas ni le cuentas a nadie por la razón que sea (porque te avergüenzas de ellos, porque crees que tu vida podría cambiar si los cuentas….).Cuando escribes esos pensamientos de algún modo metafórico es como si los extirparas de tu cabeza y dejaran de ir rebotando de un lado a otro. Escribir te fuerza a convertir pensamientos abstractos que no dejas de rumiar en frases/historias que tendrán sentido y serán coherentes.
No pienses que me estoy inventando la “escritura terapéutica”; existe, y hay personas y estudios que la han investigado. Un psicólogo americano, Pennebaker, lleva más de 30 años descifrando los beneficios que reporta la escritura. Inicialmente, este psicólogo empleaba la escritura como método terapéutico para superar diversos traumas emocionales. El profesor Pennebaker y otros investigadores han llegado a la conclusión, a través de diversos estudios, de que la escritura reporta tanto beneficios psicológicos como físicos (algunos estudios evidencian que escribir ayudar a sanar con más rapidez heridas y fortalece el sistema inmunológico).
La escritura de lo que te ocurre, de tus pensamientos y emociones, intentando dar sentido a lo que te acontece, te reportará múltiples beneficios. Además de liberar tensión emocional, instaurando el hábito de escribir crearás un espacio y un tiempo solo para ti, lo que posibilitará la introspección. Para mí es de vital importancia “instrospeccionarnos” (me acabo de inventar la palabra) regularmente. Básicamente se trata de que te alejes un momento de la vorágine diaria de trabajo y vida social y reflexiones sobre cómo te estás sintiendo. Se trata de reflexionar por un momento lejos de todo.
Ligado con la introspección, la escritura también provocará que aumente tu autoconocimiento y autoconciencia, llegando a comprenderte mejor a ti mismo y en consiguiente a lo que te ocurre. Escribiendo tomas mayor conciencia de tus emociones, reconociendo y expresando alguna que probablemente hayas ignorado hasta ese momento.
Escribiendo probablemente amplíes perspectivas y generes más alternativas. Esto lo habrás comprobado los típicos momentos en los que tienes que tomar alguna decisión importante y escribes en un papel tus opciones y las ventajas e inconvenientes de cada una de las opciones.
Bien, llegados a este punto, si no has abandonado la lectura de este post, probablemente te interese el tema y estés dispuesto a comenzar a escribir tu propio cuaderno, ¿es así? Si lo es enhorabuena porque de verdad que te reportará muchos beneficios. Si no es así, no te preocupes, deja la idea y retómala más adelante cuando tu vida esté un poco revolucionada.

 

Si has decidido empezar a escribir te dejo una serie de recomendaciones para empezar a hacerlo:

  • Busca un lugar cómodo y tranquilo, en el que no te vayan a molestar durante unos minutos. Puedes tomarte un té o escuchar música, lo que sea que te guste.
  • No te preocupes por elaborar la escritura, es decir, no pares un momento, alzando la cabeza y mirando al vacío mientras buscas un sinónimo para no repetir la palabra tengo. La meta de este ejercicio no es ganar el premio Planeta.
  • Comienza escribiendo sobre algo que te preocupa actualmente, sobre lo que está rondando en tu cabeza.
  • Céntrate en poner sobre el papel exactamente lo que te pasa por la cabeza. Da igual si piensas que ese pensamiento no puede salir de tu mente porque te da vergüenza. Piensa que nadie leerá lo que estás escribiendo, así que nadie podrá juzgar lo que hayas escrito. Recuerda que aquí no hay restricciones.
  • Escribe sobre lo que te pasó, es decir sobre el acontecimiento. Pero también sobre cómo te sentiste. Intenta bucear y explorar tus emociones.
  • Intenta escribir en el tiempo presente y empleando la primera persona del singular (yo).
  • Procura no juzgar ni criticar lo que escribes. Simplemente deja paso a lo que sientes y escríbelo sin intentar interpretarlo. En ocasiones el lenguaje puede ser una trampa. Evita en la medida de lo posible, emplear palabras como tengo, debo, nunca, siempre. Creo que ya lo entiendes, ¿verdad?
  • Última recomendación: como todo en la vida, a no todo el mundo le beneficia este método. A determinadas personas les provoca la necesidad de rumiar más sus pensamientos negativos y por lo tanto les produce más malestar. Para evitar esta situación haz lo siguiente: tras unos días escribiendo, para un momento y recuerda como te sentías antes de comenzar a escribir, si te sientes mejor ahora sigue haciéndolo, si no es así, si notas que tu malestar psicológico ha aumentado, por favor, deja de escribir.

 

 Recuerda que puedes ser totalmente sincero y honesto en lo que escribas, no hay restricciones porque  nadie te juzgará. ¿Te animas a comenzar a escribir?

Cómo evitar juzgar

 

JUZGAR: ESA MALA MANÍA

 

dedo-acusatorio

 

“Nadie puede censurar o condenar a otro porque nadie conoce perfectamente al otro”. Lord Thomas Browne.

Tal vez que no seas consciente de ello, pero la gran mayoría de las personas gastamos una parte significativa de nuestras vidas juzgando. Juzgar conforma una actitud tan arraigada en nuestra rutina que probablemente ahora mismo estés pensando: “no, yo jamás juzgo”.

Antes de llegar a esa precipitada conclusión, te pido que me des una oportunidad para demostrarte que, seguramente, tú también juzgues con demasiada frecuencia.

Para demostrártelo provocar que al menos pienses en ello de manera un poco más profunda, voy a escribir algunos ejemplos de momentos en los que juzgamos para que pienses si te identificas como parte de alguno:
Vas caminando por calle con tu pareja, y os cruzáis con una chica que os llama la atención porque lleva un minivestido a pesar de que, para los rígidos cánones sociales que imperan actualmente, tiene sobrepeso. Tú la miras de reojo, con mirada crítica, y le comentas a tu pareja: “¿cómo puede llevar ese vestido? Alguien debería aconsejarle cómo vestir para disimular su peso.

¿Te has sentido identificado con este ejemplo? Si no es así dame otra oportunidad. Estás comprando en unos grandes almacenes y hay muchos clientes en este momento. Entre ellos está una madre, algo avergonzada, porque su hijo pequeño se está comportando de manera traviesa y está revolviendo toda la ropa a la vez que grita de forma muy escandalosa. Tú, bastante indignado, le dices a la cajera que te está cobrando: “¿ves? Esto es lo que pasa cuando te pasas todo el día fuera y no educas a tus hijos, que los demás lo tenemos que pagar. Si fuera mi hijo ya le habría dado dos cachetes y estaría quieto sin mover un pelo”.
¿Qué crees que estamos haciendo cuándo nos comportamos así? Muchas personas contestarán que simplemente están opinando, pero en realidad lo que estamos haciendo es JUZGAR.

Como personas que somos interpretamos la realidad que vivimos de manera totalmente subjetiva. Empleando una metáfora, podríamos decir que cada uno tenemos nuestras propias “gafas de caminar por la vida”. Pero estas gafas no son iguales para todos, cada uno tenemos un color diferente en los cristales de nuestras gafas. Unos los tendrán más oscuros, otros más claros y otros casi transparentes. El color que toman nuestras gafas va cambiando a lo largo de nuestra vida; normalmente cuando somos niños los cristales son tan, tan transparentes que parece que llevemos unas gafas sin cristales. A medida que vamos creciendo, nuestras experiencias, vivencias, cultura y educación van modificando el color de los cristales y por lo tanto el modo en el que interpretamos la realidad.
Cuando un evento ocurre (sobre todo si este es incorrecto o no encaja con nuestros esquemas) lo analizamos desde nuestro punto de vista (siguiendo con la metáfora, empleando las gafas), por lo que la información que estamos procesando estará sesgada. Solemos creer que nuestra estrecha realidad es válida y aplicable a los demás, por lo que criticamos lo que no encaja con nosotros.
Lo perjudicial de esta situación es que no solemos tener en cuenta las circunstancias de vida (con todo lo que eso engloba) de la persona que estamos juzgando. Siguiendo con el ejemplo que antes he expuesto, nos quedamos simplemente con la idea de que la madre no sabe educar a su hijo, pero no pensamos en las múltiples razones por las que se puede estar produciendo esa rabieta; piensa en esta posibilidad: la familia está atravesando un momento difícil porque el hijo más pequeño de la familia está pasando por una dura enfermedad. ¿Juzgarías ahora a la madre de la misma manera? Probablemente no.

Las personas tenemos una mala manía, que consiste en decirles a los demás qué tienen que hacer, decir o cómo deben pensar. A veces parece como si nosotros supiésemos mejor que ellos mismos sobre que les conviene o es mejor para ellos. Es importante que tengamos en cuenta que las personas hacemos lo mejor que podemos según las circunstancias qué vivimos. A veces se nos olvida, excusándonos tras la idea de que creemos que hacemos bien a los demás.

Juzgando lo que en realidad estamos consiguiendo es reducir a la mínima expresión la maravillosa complejidad humana. Esto lo puedes comprobar con los prejuicios que existen sobre las culturas diferentes a la nuestra. Me viene a la mente una situación que me resulta familiar, a ver si para ti también. En el edificio en el que viven mis padres hace años se mudó una persona de origen árabe. De primeras todos los vecinos le miraron con cierto recelo y desconfianza. Obviamente le juzgaron por un origen y cultura diferentes al nuestro. Recuerdo que un día mientras hablaba con mis padres por teléfono, me cuentan de la existencia de su nuevo vecino. Intentando reproducir las palabras textuales que emplearon: “tenemos un nuevo vecino, es moro, pero es buena gente, ¿eh? Se comporta bien, no molesta, y es muy trabajador”. El pobre nuevo vecino tuvo que esforzarse un poco más para demostrarles a los demás que era digno de su confianza.

Cómo evitar juzgar:

 

En mi opinión para conseguir dejar de juzgar tan alegremente lo primero que debemos hacer es mejorar nuestra propia autoconciencia. ¿Y de qué manera? Pues aceptándonos incondicionalmente, con todo lo que somos. Porque si no te aceptas primero a ti mismo, no podrás aceptar a los demás de manera incondicional, por lo que siempre estarás escudriñando defectos o errores en su comportamiento que confirmen tus ideas.
Para aceptarte incondicionalmente puedes empezar por intentar no ser tan perfeccionista. La rigidez y el exceso de expectativas nos impiden sentirnos satisfechos tanto con nuestro comportamiento como con el de los demás.

Para evitar juzgar también puedes hacer lo contrario, elogiar con más frecuencia. En lugar de esperar más y más de los demás, refuerza cada pequeño paso o gesto. Esto es algo que se nos olvida hacer con demasiada frecuencia. Si te cuesta hacerlo piensa en cómo te sientes cuando a las personas cercanas a ti les cuesta darte una palmadita en la espalda y decirte: ¡lo has hecho muy bien!

Cuando sientas que por tu boca está a punto de salir una crítica, párate y piensa en esto un momento: ¿me estoy poniendo en el lugar de la persona que estoy juzgando? ¿Estoy teniendo en cuenta cómo se siente? ¿Conozco sus cirscunstancias?

Intenta aprender de las personas que juzgas y de sus maneras de hacer las cosas. Si te resulta difícil hacerlo, puedes ponerte en la piel de un niño y observar la realidad cómo ellos lo hacen, con una sana y maravillosa curiosidad. Cuando logres desviarte un poco de tu propia perspectiva descubrirás diferentes visiones de la vida que te enriquecerán y te permitirán desarrollarte  y crecer como persona.

¡Sal de tu zona de confort!

 

¡SAL DE TU ZONA DE CONFORT!

 

a43175e5459918dd0b884c853cc0920a8b1396e1

Tal como reza el título de este nuevo post, te propongo que le pongas ganas a tu vida y que salgas de un salto de tu zona de confort. Pero, obviamente, como sé que no vas a seguirme ciegamente sin saber muy bien qué dejas atrás y hacia dónde te diriges, vamos a empezar por el principio:

 

¿Qué es la zona de confort?

La zona de confort está formada por todo lo que nos resulta familiar. Puede ser nuestro barrio, el súper al que siempre vamos y del que conocemos cada uno de sus pasillos, los cuatro amigos con los que habitualmente tomamos la caña del viernes, nuestro trabajo desde hace 5 años, etc.… Es decir, la zona de confort es TODO lo que nos resulta conocido, son nuestros hábitos y costumbres. Engloba tanto lo que nos gusta (la comida de nuestro restaurante favorito, el partido del domingo en el bar), como lo que nos disgusta (nuestro jefe, los atascos para ir a trabajar).

 

¿Por qué nos gusta estar en nuestra zona de confort?

Nuestros genes (y como no, nuestra educación) nos han acondicionado para evitar las amenazas que puedan atentar contra nuestra existencia. Inconscientemente estamos buscando en todo momento permanecer en la zona de confort, ¿por qué? Porque ahí nos encontramos a salvo, seguros y no sentimos miedo. La ansiedad es neutral y estamos cómodos, relajados. Dominamos las actividades que hacemos en la zona de confort, conocemos al detalle los lugares. Sabemos que podremos afrontar las exigencias que presenta el medio sin ningún problema.
Por ejemplo, en el trabajo que desempeñas desde hace 6 años, conoces perfectamente cualquier imprevisto que pueda surgir (que se atasque la impresora, que te soliciten con urgencia tal factura…) Siempre puede ocurrir algo que te obligue a ponerte en guardia (una inspección de trabajo, por ejemplo) pero sabes que esto es bastante improbable que ocurra. Por lo demás manejas casi al 100% cualquier situación que se dé durante tu jornada laboral.

 

Cómo saber si estás dentro de tu zona de confort.

 

En la zona de confort es todo bastante ordinario y rutinario. Casi podrías hacer tus actividades diarias con los ojos cerrados, como si fueras un pequeño robot. Por eso, en ocasiones, no es fácil ser consciente de que tu vida transcurre casi exclusivamente en la zona cómoda. Te propongo una serie de “síntomas” que te van a ayudar a reconocer si vives anclado en tu zona de confort:

 

  •  Crees que nada puede mejorar tu situación: te has vuelto un conformista.
  • Consideras que has alcanzado todas tus metas.
  •  Te apetece hacer algo nuevo, diferente, pero no lo haces por una serie de razones que para ti son muy legítimas: por ejemplo, quieres aprender inglés pero crees que no puedes sacar 2 horas a la semana de tu apretada jornada laboral.
  •  Aceptas tus limitaciones (o lo que tú consideras limitaciones) sin cuestionarlas: siguiendo con el ejemplo del idioma, justificas que finalmente decides no aprender inglés porque sabes que será una pérdida completa de tiempo porque en el instituto eras un inepto en esa asignatura.
  •  Explicas y justificas continuamente los motivos por los que sigues así. Estás continuamente dando explicaciones a tus amigos y familia de por qué sigues en tu trabajo pese a estar completamente amargado (la crisis, no hay trabajo…).
  •  Te quejas, vives anclado en la queja permanente pero no haces nada para conseguir mejorar la situación. Desahogarse de vez en cuando está bien, pero si la queja no nos conduce a intentar buscar soluciones alternativas, será quejarse por quejarse.
  •  Consideras que no tienes la capacidad necesaria para aprovechar alguna oportunidad que se te presenta: la oferta de trabajo de tus sueños aparece en un portal de empleo pero piden cierto nivel de inglés. Tú desechas la idea de apuntarte porque previamente ya habías decidido que eras un completo inepto con el inglés.

 

 ¿Cómo podemos salir de nuestra zona de confort?

 

Salir de la zona de confort conlleva experimentar, crear nuevos hábitos y expandir tus límites; con límites no me refiero sólo a los geográficos, sino también a los mentales, que es dónde en realidad está tu zona de confort.
Tú percibes una realidad del mundo totalmente subjetiva: es la tuya. Por esta razón lo que a ti te puede parecer tan sencillo como coser y cantar (por ejemplo conducir) a otros nos aterra y lo consideramos sólo para personas hábiles, como Fernando Alonso. Con esto quiero decir que cuándo te plantees hacer algo que te obligue a sacar la patita fuera de tu zona de confort y te sientas inseguro piensa que probablemente esa limitación te la hayas auto-impuesto (por ejemplo, puede que en realidad yo sea como Fernando Alonso, lo que pasa es que aún no me he atrevido a aprender a conducir un coche).
Empieza por algo sencillo e intenta hacer cada día algo nuevo. Desde probar una comida diferente; aprender una nueva postura de yoga; correr cada día unos metros más que el anterior; apuntarte a clases de pintura o inglés, o cualquier cosa que te motive y apetezca hacer desde hace tiempo pero nunca te has sentido preparado para hacerlo.
Puedes alejarte cada vez más de tu zona segura y emprender grandes proyectos: viajar a países desconocidos, cambiar de trabajo, mudarte de ciudad.
Yo salí de mi zona de confort cambiando de peluquería. Igual te parece algo sencillo y vano, pero para mí fue una decisión muy importante. El tema peluquería siempre me estresó, porque la mayoría de peluqueras tienen la mala manía de hacer lo que les apetezca con tu pelo. Sin respetar el clásico: “córtame solo un dedo”, o “yo quiero esto”. Desde niña mis interacciones con las peluqueras fueron bastante terroríficas. En mi adultez encontré, por fin, a una que respetaba mis decisiones pero animándome también a experimentar. Estaba contenta. Pero creo que ella también se acomodó en su zona de confort y empezó a hacerme cortes cada vez menos trabajados, por lo que yo empecé a salir, otra vez, frustrada de la peluquería. Me pasé meses así, yendo cada dos meses a cortarme el pelo (lo malo de tenerlo corto) sin ganas y claramente descontenta. Pero no me planteaba cambiar porque realmente me producía pánico pensarlo. Sentía terror de ir a otra peluquera que no respetara mis ideas y me hiciera un corte de pelo que me horrorizara. Ya conoces el dicho: “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”.
Finalmente, reuní el valor suficiente y decidí probar en otra peluquería. El resultado fue bueno. Al salir me sentía pletórica habiendo sido capaz de salir de mi zona de confort. Desde ese momento se sucedieron más, y más salidas de zona de confort. Me presenté al PIR (con más pena que gloria) y a su vez esta experiencia me hizo ser consciente de lo que quería hacer en la vida y de lo que me hacía feliz.
Le di una patada, literalmente, a mi zona de confort y dejé mi trabajo indefinido para ser psicoterapeuta. Entré de lleno en la zona de pánico. ¿Quién dijo miedo? Sí amigos, sentí toneladas de miedo al tomar la decisión. Por desgracia, las bolas mágicas de las pitonisas no funcionan así que nadie puede decirte si esa decisión te llevará por el buen camino. Decidirás con miedo, inseguridad. Te plantearás preguntas (basadas en el miedo) del tipo: ¿y si sale mal? ¿Fracasaré totalmente y me quedaré en la calle? ¿Qué pensará mi familia? ¿Me verán como a una irresponsable?
Yo también luché con todas esas cuestiones, y también lidié con la opinión que muchas personas se toman la libertad de darte. En este momento se da una pugna entre todos esos miedos y la motivación que sientes por dar el cambio. Si gana la motivación estarás expandiendo cada vez más tu zona de confort. Lo que significa que estarás creciendo y desarrollándote como persona. Aceptando las situaciones que puedan ocurrir (tanto positivas como negativas) y aprendiendo de ellas.

A partir de ahí está la zona mágica, en la que se abre un abanico infinito de posibilidades.

 

¿Y tú, te animas a salir de tu zona de confort?