El miedo a la dicha

 

EL TEMOR A LA DICHA

 

Foto de un niño disfrutando enormemente de un día de playa (la foto la saqué con mi cámara lomográfica, de ahí que la veas algo desenfocada y con un color particular. Adoro lo retro).

 Mi transición, casi automática y en cuestión de segundos, de la felicidad al miedo, ¿cómo es posible? 

Ayer fue un día normal de mi vida, vida también absolutamente normal. Soy una persona más de este increíblemente mundo, y en realidad me gusta ser una persona más, me produce una sensación de comunidad muy reconfortante.

Ayer, en mi día totalmente normal, salí de la consulta cuando terminé la sesión con el último cliente de la tarde. Realmente bajo las escaleras de manera totalmente contraria a la que “predico” en la intimidad de la consulta: desciendo los escalones sin ser consciente de lo que realmente estoy haciendo, mi yo entero todavía sigue en la consulta. Mi cuerpo y mi cabeza están tan absorbidos por la sesión que acabo de vivir que no puedo atender a algo tan secundario como las escaleras. Ha sido una sesión intensa, dura, profunda, pero también reconfortante y esclarecedora. Frases que resuenan, palabras que sobresalen sobre otras. 

Al salir del centro comienzo el camino a mi casa, me cruzo con personas que no recuerdo, que probablemente veo pero no miro. Mis sentidos y mi atención consiguen volver al momento presente justo cuando llego al paso de peatones: ahí mi parte más primitiva, la que me alerta de los posibles peligros, me obliga a detenerme y a esperar a que el semáforo cambia de color (yo soy de las que esperan a que el semáforo me dé el visto bueno, aunque en ese momento no estén circulando coches. Soy así, cumplo las normas).

Cuando me veo forzada a detenerme, mi cabeza también deja a un lado todas esas palabras dichas hace solo unos minutos en la intimidad de la consulta, entonces de pronto se abre la compuerta de mis emociones. Me comienzo a sentir tremendamente a gusto, feliz, contenta, satisfecha, con la maravillosa sensación de tener un propósito. Me siento conectada con el mundo, con las personas, aunque esté plantada sola en el maldito semáforo. Me siento más cerca de ser más humana, más cerca de…SER. Creo que esa es la palabra, ser.

Siento todas estas maravillosas sensaciones y emociones dentro de mí, y me percibo más ligera físicamente, como si mis músculos se hubiesen descontracturado y finalmente se sintiesen libres. Supongo que de ahí viene la imagen popular de la levitación cuando alguien consigue obtener esa paz mental cuando medita, porque realmente tu cuerpo siente claramente  esa pérdida del peso que supone la preocupación, de una forma casi literal.

Pero en décimas de segunda, y antes de que el semáforo cambie a verde, comienzo a sentir temor. Me pregunto de dónde sale este maldito temor. No lo sé, ahora mismo solo puedo sentir. Siento miedo, temor, inseguridad. Puedo sentir como todo mi cuerpo se vuelve a tensar, se está preparando, ¿pero para qué? Solo estoy esperando a que el semáforo cambie a verde y así poder retomar mi camino a casa. Nada ha ocurrido para que este miedo aparezca.

En medio de la confusión, las emociones que siento relacionan este momento con otros momentos pasados. Distintos parajes, distintas situaciones, distintas personas, pero se repite la misma secuencia: me encuentro viviendo momentos de auténtica dicha, y acto seguido todo se tiñe de un negro  tan negro como la noche. El miedo empieza a ser cada vez más potente y termina por llevarse muy lejos la dicha que hasta hace un momento estaba sintiendo.

El semáforo cambia y retomo mi vuelta a casa. El temor comienza a descender, pero no hay rastro de la dicha, ¿cómo es posible? Ha desaparecido en cuestión de segundos de mi vida. ¡Maldita sea!

Mientras camino recuerdo un capítulo del libro de Brené Brown, el poder de la vulnerabilidad. En ese capítulo Brené  habla sobre el temor a la dicha. Comienzo a encajar las piezas, lo que ahora mismo estaba sientiendo es temor a que esta felicidad se esfume y no tenga la posibilidad de volver a sentirla. ¡Oh dios, algo tan bueno no puede desaparecer para siempre de mi vida!

Nuestros antepasados llevan años preparándose para que ahora  nuestro organismo aprenda a predecir, controlar y tratar de aniquilar peligros. Estamos más preparados para sentir miedo que felicidad.

Cuando el miedo aparece trata de advertirme que la dicha no va a durar, o que no será suficiente y la transición hacia la decepción será demasiado dolorosa. Es decir, si me entrego a la dicha, me tengo que preparar para el desengaño que vendrá de manera posterior, irremediablemente.

Además, ¿en serio me merezco sentir esta dicha? ¿Por qué soy yo la afortunada persona en la Tierra que ahora mismo es merecedora de vivir esta tremenda dicha? Tantas personas rotas por el dolor y el sufrimiento, ¿y a mí me toca la felicidad? No es posible. Algo va mal. Seguro que mi siguiente vivencia va a ser tremendamente dolorosa.

Es mejor comenzar a preparase YA para hacer frente al dolor. Olvida la dicha, Goretti.

¿Qué ocurre durante el resto del camino? Reflexiono, pienso, y agradezco haber desarrollado la habilidad de reconocer y aceptar mis propias emociones. Sin esa habilidad probablemente me hubiera quedado atascada en el miedo, como en tiempos no tan pasados. Me felicito por haber trabajado en mí misma para poder mirar más allá.

Acepto que la secuencia dicha-temor es una herencia en cierto modo, una especie de alarma automática de mi organismo. Pero no voy a dejar que la alarma permanezca activada, así que de modo totalmente consciente e intencional decido apagarla.

Para hacerlo, echo mano de un valor tremendamente valioso y del que todos disponemos: la gratitud.  Agradezco enormemente a la vida tener la posibilidad de haber sentido esa dicha, es maravilloso poder haberla sentido tan plenamente, aunque fuera solo por un breve periodo de tiempo. Agradezco poder trabajar como psicóloga, y tener la posibilidad de llenarme de amor y de humanidad cada día. Agradezco poder haberme sentido tan, tan humana aunque solo fuera por unos segundos.

Tras  este ejercicio de gratitud, me digo a mi yo futuro que la próxima vez que vuelva a sentir esa dicha me permitiré sentirla plenamente, con todos mis sentidos. Me prometo a mi misma que la próxima vez simplemente trataré de abrazar la dicha.

 

2015: un nuevo comienzo

2015: un nuevo comienzo

 

Siempre he sido muy fan de la Navidad y de todo lo que conlleva. Desde las cenas familiares y sus ricos manjares, los reencuentros con amigos, las luces que adornan las calles, los villancicos antiguos, etc.… Debido a mi desarrollado espíritu navideño no creo que tenga la imparcialidad suficiente para poder publicar un post sobre la Navidad. Probablemente las palabras que de mis manos brotaran serían lo más cercano a la cursilería que podrías leer.
Así que me he resistido a publicar un post sobre lo maravillosa e increíble que es la Navidad, pero no he podido resistirme, en cambio, a escribir sobre el fin de año.

El hecho de que durante las Navidades se cambie de año es una de las razones de peso para que adore las fiestas navideñas. Más de uno os preguntaréis por qué, y no os culpo. Entiendo perfectamente lo estresante que puede resultar la noche de fin de año, con todos sus rituales occidentales incluidos: que si la cena, las 12 uvas, el brindis con su correspondientes deseos, los momentos posteriores a las campanadas en los que siempre se colapsan las líneas de teléfono, los zapatos de tacón que causan estragos en los pies…Podría seguir enumerando rituales hasta llegar al normalizado chocolate con churros que marca el fin de la noche (y el inicio del día, literalmente).

La razón fundamental por la que disfruto de algunos de estos pequeños rituales es porque me recuerdan que estamos a punto de empezar un nuevo año, lo que interpreto como un nuevo comienzo. Parece una tontería, lo sé, porque un nuevo comienzo en realidad lo puedes fijar un 20 de marzo o un 10 agosto, el momento da igual. Pero nunca está demás que algo, en este caso el cambio de año, nos recuerde que la posibilidad de que se produzca ese nuevo comienzo está a nuestro alcance. Es como un regalo que nos da la vida para poder seguir trabajando por nuestros deseos.

Tengo mi propio ritual del último día del año, que consiste en hacer un balance del mismo. Me reservo unos minutos en soledad antes de que termine el año, agarro mi Moleskine (no pienses que me pagan publicidad) y escribo en ella qué me ha reportado ese año que está a punto de terminarse. Intento escribir, sobre todo las partes más negativas, sin juzgarme. Es decir, si creo que este año he hecho menos deporte del que estadísticamente corresponde para mi edad (fíjate que no digo debería), procuro no culparme y azotarme por ello. Trato de invertir el pensamiento “autoflagelador” pensando que puede que no haya hecho mucho ejercicio cardiovascular pero sí he practicado bastante yoga.
En mi balance anual escribo todo lo que me ha deparado el año. Tratando de discernir, entre toda la paja de acontecimientos, si mis acciones me han acercado, un poco más, a mis objetivos personales más importantes. ¿Cómo hago esto? Analizando pormenorizadamente todos los aspectos de mi vida que me importan: mi desarrollo laboral, las relaciones personales (pareja, amigos y familia), y mi desarrollo personal. Por ejemplo, uno de mis objetivos del 2014 era ser un poco menos crítica conmigo misma, intentando progresar hacia la autoaceptación. Pienso si ahora estoy un poco más cerca de autoaceptarme que hace 12 meses, si es así me felicito por ello. Si considero que no es así pienso qué ha podido fallar y trato de averiguar cómo puedo allanar el camino para conseguir mi objetivo.
Tras el balance viene la mejor parte, o al menos para mí. Hago una lista (¡adoro escribir listas!) de mis propósitos u objetivos para el nuevo año. Divido la lista por áreas, y en cada una de ellas enumero qué propósitos me gustaría alcanzar. A la hora de formular propósitos es importante tener claras un par de cosas.

Truquillos para plantearse unos propósitos razonables:

 

Reflexiona profundamente antes de escribir tu lista (quien dice lista dice redacción, ensayo o lo que te sea más cómodo).
Evalúa diferentes áreas de tu vida que sean importantes. Piensa en qué aspectos de esas áreas te gustaría mejorar. Piensa y trata de evaluar tu grado de satisfacción personal en esas diferentes áreas.
-Márcate objetivos reales y posibles. No te fijes como propósito correr la maratón de Nueva York si nunca has hecho deporte. Márcate mejor correr durante 20 minutos seguidos.
– Esto me lleva a otro punto importante: descompón los objetivos grandes en otros más pequeños y asequibles. Piensa cuáles de estos objetivos puedes alcanzar a corto y cuales a largo plazo. Siguiendo con el ejemplo anterior, el objetivo a largo plazo sería correr la maratón. Pero antes deben haber unos objetivos a corto plazo, que pasarían desde correr 10 minutos seguidos a correr pequeñas carreras y medias maratones.
– Lleva a cabo una planificación de esos propósitos. Por ejemplo, si uno de tus objetivos es mejorar tu nivel de inglés, trata de averiguar si te encaja mejor ir a una academia, un profesor particular o la escuela oficial de idiomas. Piensa si quieres un título oficial o simplemente deseas aprender inglés para viajar. Planifica en qué momento del día podrías tener tiempo libre para ir a clase. Trata de planificar todos los detalles de tu objetivo.
– Es importante que los objetivos de tu lista sean específicos. Te lo explico con un ejemplo: es muy común que aparezca como propósito ser más feliz. Si te marcas ese objetivo, probablemente termines el año frustrado y enfadado por no haberlo conseguido. Ser feliz es un objetivo demasiado general y ambiguo, por no decir casi irreal. Si sólo te vienen a la mente este tipo de objetivos piensa en qué te podría ayudar a mejorar su estado de ánimo. Piensa con qué tipo de cosas disfrutas más: dedicar un poco más tiempo a alguno de tus hobbies, salir en más ocasiones con tus amigos, intentar dormir un poco más…
– Otro punto importante es tener en cuenta qué cambios dependen de ti y cuáles de factores externos. Tener claro que determinados resultados podrán depender de causas ajenas a nuestro control evitará que te frustres más de la cuenta.

 

Lo último que me gustaría decirte es que lo más importante no es si finalmente alcanzas los objetivos que te planteas, eso es lo de menos. Lo importante y saludable es que trabajes un poquito todos los días del año para acercarte a lo que quieres.

¡Feliz año 2015!