JUZGAR: ESA MALA MANÍA

 

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“Nadie puede censurar o condenar a otro porque nadie conoce perfectamente al otro”. Lord Thomas Browne.

Tal vez que no seas consciente de ello, pero la gran mayoría de las personas gastamos una parte significativa de nuestras vidas juzgando. Juzgar conforma una actitud tan arraigada en nuestra rutina que probablemente ahora mismo estés pensando: “no, yo jamás juzgo”.

Antes de llegar a esa precipitada conclusión, te pido que me des una oportunidad para demostrarte que, seguramente, tú también juzgues con demasiada frecuencia.

Para demostrártelo provocar que al menos pienses en ello de manera un poco más profunda, voy a escribir algunos ejemplos de momentos en los que juzgamos para que pienses si te identificas como parte de alguno:
Vas caminando por calle con tu pareja, y os cruzáis con una chica que os llama la atención porque lleva un minivestido a pesar de que, para los rígidos cánones sociales que imperan actualmente, tiene sobrepeso. Tú la miras de reojo, con mirada crítica, y le comentas a tu pareja: “¿cómo puede llevar ese vestido? Alguien debería aconsejarle cómo vestir para disimular su peso.

¿Te has sentido identificado con este ejemplo? Si no es así dame otra oportunidad. Estás comprando en unos grandes almacenes y hay muchos clientes en este momento. Entre ellos está una madre, algo avergonzada, porque su hijo pequeño se está comportando de manera traviesa y está revolviendo toda la ropa a la vez que grita de forma muy escandalosa. Tú, bastante indignado, le dices a la cajera que te está cobrando: “¿ves? Esto es lo que pasa cuando te pasas todo el día fuera y no educas a tus hijos, que los demás lo tenemos que pagar. Si fuera mi hijo ya le habría dado dos cachetes y estaría quieto sin mover un pelo”.
¿Qué crees que estamos haciendo cuándo nos comportamos así? Muchas personas contestarán que simplemente están opinando, pero en realidad lo que estamos haciendo es JUZGAR.

Como personas que somos interpretamos la realidad que vivimos de manera totalmente subjetiva. Empleando una metáfora, podríamos decir que cada uno tenemos nuestras propias “gafas de caminar por la vida”. Pero estas gafas no son iguales para todos, cada uno tenemos un color diferente en los cristales de nuestras gafas. Unos los tendrán más oscuros, otros más claros y otros casi transparentes. El color que toman nuestras gafas va cambiando a lo largo de nuestra vida; normalmente cuando somos niños los cristales son tan, tan transparentes que parece que llevemos unas gafas sin cristales. A medida que vamos creciendo, nuestras experiencias, vivencias, cultura y educación van modificando el color de los cristales y por lo tanto el modo en el que interpretamos la realidad.
Cuando un evento ocurre (sobre todo si este es incorrecto o no encaja con nuestros esquemas) lo analizamos desde nuestro punto de vista (siguiendo con la metáfora, empleando las gafas), por lo que la información que estamos procesando estará sesgada. Solemos creer que nuestra estrecha realidad es válida y aplicable a los demás, por lo que criticamos lo que no encaja con nosotros.
Lo perjudicial de esta situación es que no solemos tener en cuenta las circunstancias de vida (con todo lo que eso engloba) de la persona que estamos juzgando. Siguiendo con el ejemplo que antes he expuesto, nos quedamos simplemente con la idea de que la madre no sabe educar a su hijo, pero no pensamos en las múltiples razones por las que se puede estar produciendo esa rabieta; piensa en esta posibilidad: la familia está atravesando un momento difícil porque el hijo más pequeño de la familia está pasando por una dura enfermedad. ¿Juzgarías ahora a la madre de la misma manera? Probablemente no.

Las personas tenemos una mala manía, que consiste en decirles a los demás qué tienen que hacer, decir o cómo deben pensar. A veces parece como si nosotros supiésemos mejor que ellos mismos sobre que les conviene o es mejor para ellos. Es importante que tengamos en cuenta que las personas hacemos lo mejor que podemos según las circunstancias qué vivimos. A veces se nos olvida, excusándonos tras la idea de que creemos que hacemos bien a los demás.

Juzgando lo que en realidad estamos consiguiendo es reducir a la mínima expresión la maravillosa complejidad humana. Esto lo puedes comprobar con los prejuicios que existen sobre las culturas diferentes a la nuestra. Me viene a la mente una situación que me resulta familiar, a ver si para ti también. En el edificio en el que viven mis padres hace años se mudó una persona de origen árabe. De primeras todos los vecinos le miraron con cierto recelo y desconfianza. Obviamente le juzgaron por un origen y cultura diferentes al nuestro. Recuerdo que un día mientras hablaba con mis padres por teléfono, me cuentan de la existencia de su nuevo vecino. Intentando reproducir las palabras textuales que emplearon: “tenemos un nuevo vecino, es moro, pero es buena gente, ¿eh? Se comporta bien, no molesta, y es muy trabajador”. El pobre nuevo vecino tuvo que esforzarse un poco más para demostrarles a los demás que era digno de su confianza.

Cómo evitar juzgar:

 

En mi opinión para conseguir dejar de juzgar tan alegremente lo primero que debemos hacer es mejorar nuestra propia autoconciencia. ¿Y de qué manera? Pues aceptándonos incondicionalmente, con todo lo que somos. Porque si no te aceptas primero a ti mismo, no podrás aceptar a los demás de manera incondicional, por lo que siempre estarás escudriñando defectos o errores en su comportamiento que confirmen tus ideas.
Para aceptarte incondicionalmente puedes empezar por intentar no ser tan perfeccionista. La rigidez y el exceso de expectativas nos impiden sentirnos satisfechos tanto con nuestro comportamiento como con el de los demás.

Para evitar juzgar también puedes hacer lo contrario, elogiar con más frecuencia. En lugar de esperar más y más de los demás, refuerza cada pequeño paso o gesto. Esto es algo que se nos olvida hacer con demasiada frecuencia. Si te cuesta hacerlo piensa en cómo te sientes cuando a las personas cercanas a ti les cuesta darte una palmadita en la espalda y decirte: ¡lo has hecho muy bien!

Cuando sientas que por tu boca está a punto de salir una crítica, párate y piensa en esto un momento: ¿me estoy poniendo en el lugar de la persona que estoy juzgando? ¿Estoy teniendo en cuenta cómo se siente? ¿Conozco sus cirscunstancias?

Intenta aprender de las personas que juzgas y de sus maneras de hacer las cosas. Si te resulta difícil hacerlo, puedes ponerte en la piel de un niño y observar la realidad cómo ellos lo hacen, con una sana y maravillosa curiosidad. Cuando logres desviarte un poco de tu propia perspectiva descubrirás diferentes visiones de la vida que te enriquecerán y te permitirán desarrollarte  y crecer como persona.

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