VACACIONES Y ESTRELLAS FUGACES
Cómo la Naturaleza te enseña a vivir con aceptación y apertura
Desde este lunes estoy de vacaciones, 15 días. Las vacaciones de una autónoma son en realidad un eufemismo, porque en mi caso sigo atendiendo correos, llamadas, algún tema pendiente. No sé si es la forma correcta de vivir las vacaciones, ni siquiera sé si hay una forma correcta. Pero no encuentro otra forma de descansar siendo autónoma.
Reconozco que desde el lunes me he sentido en un ánimo emocional poco parejo al estado vacacional, me he sentido agi-cansada (mezcla de agitada y cansada). Como siempre digo, la genética no me ha dado un cuerpo con energía, así que siempre bordeo el agotamiento con mezcla de agitación. Este estado me provoca, emocionalmente, una sensación de tengo que, haz esto, haz aquello. No estás desconectando, no estás leyendo, no estás meditando lo suficiente, contesta esto… mi mente parlanchina, cuando estoy agi-cansada, se lo pasa pipa conmigo. Y yo a veces, como buena humana que soy, me mimetizo con su monólogo y me creo sus preceptos a pies juntillas.
Pero en esta ocasión, he decido no mostrar resistencia, yo la dejo hablar y contarme historias, mientras dejo que mi cuerpo me guíe y me vaya diciendo qué necesito. Y he observado y vivido una fuerte necesidad de descanso, de llevar mi expresión corporal al letargo, a estar acostada, sentada, a vivir lentamente. Y hoy, que es jueves, siento que mi nivel energía ha subido. A mi mente parlanchina esto no le parece bien, porque considera que no he aprovechado el tiempo bien, porque no he ido a este sitio, y no me leí más de 30 páginas de los libros que seleccioné como material de acompañamiento vacacional.
Me pregunto en qué momento de nuestra evolución, dedicar el día a descansar y a no hacer nada capitalistamente productivo, se convirtió en un problema. Sé que ese virus está inoculado en las profundidades de mi mente: debes ser productiva. Pero decido estar simplemente abierta a observar la información que ese germen quiere trasladarme, pero a no juzgarme por no hacer lo que pretende.
Ayer por la noche decidí, de manera natural y orgánica, pasar unas horas mirando al cielo. El clima decidió regalarnos un cielo totalmente despejado en el que poder observar las estrellas, constelaciones, la vía láctea así como Jupiter y Saturno. Mirar al cielo siempre me recuerda lo pequeña que soy en este gigante Universo, pero también me hace sentir conectada de una manera muy potente. Es como si del cielo brotase el mensaje: “Goretti, recuerda que eres una gotita de agua en un océano inmenso en el que viajas acompañada de otras miles de millones de gotitas”. Me encanta esa sensación que invade mi cuerpo cuando me siento una más de millones.
Mientras miraba al cielo, una estrella fugaz me recordó que esa noche se daban las lágrimas de San Lorenzo. Una gran expectativa recorrió mi cuerpo: ¡quiero ver más! Durante unos minutos me dejé llevar por el objetivo de querer ver más estrellas, buscando con ansiedad en todo el cielo para no perderme la oportunidad de verlas.
Pero, rápidamente, la Naturaleza me dio su lección, la que siempre da, porque el ritmo lo marca ella. Tras esperar, y esperar, me regaló alguna estrella fugaz más, e incluso alguna con un estela increíble que me maravilló y me llenó de plenitud.
Y sentí, de una forma muy experiencial y vivida, que la vida es eso. Es tratar de ponerte en una disposición abierta, y en la medida de lo posible que facilite lo que te apetece vivir (por ejemplo, en mi caso ayer consistió en sentarme en una zona oscura a contemplar las estrellas), pero entendiendo que la vida te puede traer o no, lo que tu querías que te trajera.
Vivir de una forma auténtica, se trata al final, de estar dispuesta a vivir lo que te vaya ocurriendo, sin juzgarte porque se aleje de tu expectativa.
Y la Naturaleza nos enseña días tras día esta maravillosa lección.
¡Buen verano para todos!