El miedo al miedo

 

“Todos los grandes acontecimientos tienen lugar en nuestra mente”
Oscar Wilde

Cómo te sientes cuando sufres miedo al miedo

 

Si te paras a pensarlo, realmente lo peor no es tener uno o cientos de ataques de pánico. Lo pasas mal, realmente mal, no lo voy a negar, pero la intensidad de los síntomas empieza a decrecer a los pocos minutos de iniciarse el ataque. Poco a poco vas dejando de sentir que te estás muriendo y acabas finalmente hecho polvo, como si hubieras corrido delante de un león durante decenas de kilómetros.

Porque realmente para tu cerebro eso es lo que está ocurriendo: una situación de amenaza real, en la que tu vida corre peligro, y en la que hay que poner el cuerpo a funcionar y prepararlo para la lucha o huída. Por esta razón el corazón nos late con más fuerza, para bombear más sangre; por eso sentimos hormigueo en las extremidades, porque la sangre se concentra más en los lugares dónde puede ser más necesaria. Por eso también sentimos calor o sofocos, porque la temperatura aumenta en las zonas corporales más vitales.

Estamos situados en el puesto de salida, y ante nosotros tenemos dos caminos. Hay uno en que el ataque de pánico se queda sólo en eso. En una desagradable experiencia, que achacamos a que estamos estresados, especialmente nerviosos, a que hemos tomado mucho café o ¡hace un calor sofocante! Pero hay otro camino, uno en el que te quedas sumamente preocupado por haber tenido el ataque de pánico. No sabes de dónde salieron todas esas horribles sensaciones, no entiendes que te está pasando y vives temiendo fervorosamente vivir otra vez esa experiencia. Aquí es cuando aparece el miedo al miedo.

Vivir con miedo realmente no es vivir. Es malvivir. De repente eres consciente de que el miedo es una emoción que va más allá de un pequeño susto viendo una película de terror. De pronto chocas con la realidad; una realidad en la que tú eres vulnerable, terriblemente vulnerable. Antes sabías que te podrían ocurrir cosas malas, pero pensabas en ellas un minuto cada tres meses. Ahora es un pensamiento constante. Es como si fueras paseando por la calle pendiente de que saliera de cualquier esquina un asesino dispuesto a terminar con tu vida. Lo peor de todo, es que eres totalmente consciente de que no hay un asesino en la calle esperando a que bajes la guardia para matarte a bocajarro. Por eso es más difícil entender por qué sientes tanto miedo.

A lo que en realidad estás temiendo es a todos esos síntomas tan, tan desagradables que sufres con los ataques de pánico y a las consecuencias que pudieran derivar de tal ataque. Crees que no tienes capacidad para hacer frente a la situación. Es la pescadilla que se muerde la cola. Miedo a ataque →ataque de pánico → miedo a lo que pueda pasar cuando tenga el ataque y que está fuera de mi control (desde morirme de un ataque al corazón, hasta caer redonda al suelo, hacer el ridículo, volverme loca y todo lo que se te ocurra). Y volvemos al miedo. Así sucesivamente hasta que, desde tu desconocimiento, y provocado por el enorme sufrimiento que estás sintiendo, decides introducir la evitación.

Para no sentir ese miedo, empiezas a evitar ir a ciertos sitios o situaciones que tú crees que pueden ser peligrosos, y en los que pueden desencadenarse los síntomas que temes. Es decir, que empiezas a evitar cualquier lugar o situación que se te antoja peligroso: la cola del súper, la del banco, las colas en general; ir en transporte público; los lugares muy concurridos; los asientos del medio en el cine o teatro; los perros, alturas, tomar café, hacer deporte, conducir y cualquier otro sitio o situación que percibas como una amenaza. Normalmente empiezas con una lista negra de lugares y actividades que evitas, pero esa lista casi siempre aumenta. Y rara vez mengua de forma espontánea.
Hay situaciones en las que siempre te has sentido bien, pero de pronto el miedo también gana la batalla.

Cuando no te queda más remedio, te enfrentas a alguna situación ansiógena, pero lo haces ayudándote de tus amuletos. ¿A qué me refiero cuándo hablo de amuletos? Aquí se pueden dar múltiples y variadas opciones: ir con ansiolíticos encima, acompañado de personas de confianza, permanecer cerca de un hospital, o parada de taxis; tensar los músculos para evitar desmayarte,etc.

El mundo se convierte en un lugar tremendamente hostil. Y tú vives todo el tiempo anticipando futuras situaciones que crees te provocarán pánico.

El miedo está presente en muchos trastornos de ansiedad. Es el motor que alimenta la ansiedad. Y como he dicho antes, vivir con miedo no es vivir.

 

¿Qué podemos hacer cuándo sentimos miedo al miedo?

 

miedo
Lo primero y más importante es dejarte totalmente clara una cosa: no te estás volviendo loco. Es muy habitual pensar eso cuando el miedo nos supera, pero es importante que te des cuenta de que sólo estás sintiendo un miedo desproporcionado, no perdiendo la cabeza, y por lo tanto eres totalmente consciente de ello.

Es importante que intentes dejar de luchar contra la ansiedad como si fuese el enemigo a batir. Tampoco se trata de que te dejes llevar por ella como una cometa a merced del viento. Se trata de que aceptes que tienes ansiedad, por una serie de razones (vulnerabilidad genética, temperamento y educación).
Es decir, deja de culparte por sentir miedo, por no poder controlarlo y por creer que eres una persona defectuosa o un tarado por no poder ir al súper sin sentir que te vas a morir.
Tu temperamento (a lo que mi psicóloga llamaba hardware) viene de serie, es decir, probablemente seas más reactivo fisiológicamente que otras personas. Por ejemplo, yo al más mínimo ruido me asusto y doy un saltito. Lo que has aprendido y tu experiencia es lo que conforma tu software (Merce, espero que no tengas copyright). Tu software ha formado la creencia de que los síntomas de la ansiedad (taquicardia, temblor, despersonalización…) son peligrosos y pueden provocarte daño, por lo que debes evitarlos a toda costa.

Obviamente sabes que evitar no es la solución, porque te das cuenta de que inicialmente sí que se reduce la ansiedad si evitas lo que temes, pero eres consciente de que eso no soluciona el problema. Lo único que ocurre es que se confirma la peligrosidad de la situación evitada (situación que objetivamente no es peligrosa) y por lo tanto tu miedo se incrementa. Recuerda esta frase: “miedo evitado, miedo incrementado”.

-En la medida de lo posible, olvídate de una de las premisas básicas de la ansiedad: “el control hace que no pierdas el control”. Es decir, si por ejemplo padeces de hipocondría creerás que deberás estar continuamente chequeando tus funciones vitales para ver si todo está funcionando correctamente. Pero lo cierto es que se produce el efecto contrario, cuánta más atención prestes a tu ritmo cardíaco, más se acelerará. Si no prueba a hacerlo.

-Aunque en este momento no te lo creas, déjame decirte que eres más fuerte de lo que ahora piensas. Cuando vives engullido por la espiral del miedo es fácil dejarte vencer por las idea de que no puedes, de que no tienes la capacidad suficiente para afrontar el día a día. Pero créeme, sí que puedes.

Si actualmente tu vida está condicionada y limitada por el miedo, lo mejor que puedas hacer es solicitar cita con un profesional. Existen diversas técnicas de las que te puedes beneficiar para aprender a vivir sin miedo.

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